Tomás también era conocido como Dídimo. La palabra dídimo significa “gemelo,” al igual que su nombre del arameo teõmã, (mellizo), pero no sabemos nada acerca del hermano o hermana que fue su gemelo. Fue un nativo de Galilea y pescador de profesión. Las pocas referencias bíblicas que lo señalan de entre los Doce con especial atención parecen indicar que fue un cuestionador o un escéptico. Hasta el día de hoy, es conocido como “Tomás el incrédulo.”
Tomás poseía una naturaleza con ciertos elementos contradictorios: tenía una excesiva dificultad para la reconciliación, un escaso optimismo natural de espíritu, y a menudo era propenso a mirar la vida en una forma frígida o fría y también con abatimiento. Pero Tomás era un hombre de un coraje indomable y una generosidad absoluta. Combinaba una fe continua en la enseñanza de Jesús, mezclada con un amor sincero por Jesús, el maestro. Solamente en el Evangelio de Juan hay referencia a él en detalle, aunque su elección entre los Doce está registrada en Mateo 10:3, en Marcos 3:18; en Lucas 6:15 y en Hechos 1:13.
El evangelio según Juan apunta que cuando Jesús, a pesar del inminente peligro en manos de los judíos hostiles en Jerusalén, declaró su intención de ir a Betania a ayudar a Lázaro, sólo Tomás se opuso a los otros discípulos que intentaban disuadirlo, y protestó: “Vamos nosotros también y moriremos con Jesús” (Juan 11:16). ¿Era coraje o un pesimidad fatalista? Tal vez, de una manera extraña, era ambas cosas combinadas en Tomás. Hoy en día alguno de nosotros somos igual.
En el aposento algo, Tomás le planteó a Jesús: “No tenemos ni idea de adónde vas, ¿Cómo vamos a conocer el camino?” (Juan 14:5). En esta pregunta, reveló una insensibilidad de duda relacionado a todo lo que Jesús les había enseñado. Esta duda definitivamente provenía de una falta de voluntad para creer en su maestro. De la misma forma que nosotros, Tomás era un hombre que luchaba con sus dudas y temores al no sentirse seguro.
Después de la Crucifixión, Tomás no estuvo presente cuando el Cristo resucitado se les apareció a los discípulos por primera vez. Cuando llegó, al escuchar sobre la Resurrección, se mostró terco en su incredulidad. Dijo Tomás: “No lo creeré a menos que vea las heridas de los clavos” (Juan 20:25). Tomás se quedó con los otros apóstoles ocho días más, hasta Jesús apareció de repente en medio de ellos. Dirigiéndose a Tomás, Jesús lo invitó a acercarse y examinar sus heridas y a “no ser incrédulo. ¡Cree!” Con lo cual, Tomás se postró y pronunció la expresión: “¡Mi Señor y mi Dios!” Fue reprendido por Jesús por su previa incredulidad: “Tú crees porque me has visto, benditos los que creen sin verme” (Juan 20:24–29).
Juan, quien nos dio la mayor cantidad de detalles sobre Tomás y quien probablemente lo conociera desde la niñez, ya que eran del mismo oficio y de la misma ciudad, menciona que Tomás estuvo presente cuando Jesús se manifestó a los discípulos que estaban pescando en el Mar de Tiberíades. La imagen permanente de Tomás es de una personalidad que insiste en el pesimismo y la duda, y a la vez es creyente. Jamás tuvo un corazón malvado de incredulidad. Más bien, era un hombre que luchaba contra sus dudas y que estaba dispuesto a abandonarlas cuando podía hacerlo.
Es bueno que tengamos en el registro bíblico la descripción del incrédulo Tomás porque, como ha sido frecuentemente señalado por los comentaristas, “Tomás dudó para que nosotros no tuviéramos dudas.”
Bibliografía
Lockward, Alfonso. Nuevo Diccionario de La Biblia. Miami: Editorial Unilit. 1999.
Mcbirnie, William Stewart. En busca de los doce Apóstoles. Traducido por Adriana Powell y Omar Cabral. Tyndale House Publishers. 2009.
Ventura, Samuel Vila. Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado. Terrassa, Barcelona: Editorial Clie. 1985.